Dios Solamente es la Salvación de
Su Pueblo N#. 80
DOMINGO 18 DE MAYO, 1856,
CHARLES HADDON SPURGEON,
NEW PARK STREET
CHAPEL, SOUTHWARK, LONDRES.
“El solamente es mi roca y
mi salvación.”
Salmo 62:2
Cuán noble
título. Cuán sublime, sugestivo y subyugador. “MI ROCA.” Es un símil tan
divino, que únicamente debería aplicarse a Dios. Miren aquellas rocas y
consideren su antigüedad, pues desde sus más altos picos, miles de edades nos
han espiado. Cuando esta gigantesca ciudad no había sido fundada todavía, esas rocas
ya estaban grises por los años. Cuando nuestra humanidad no había respirado
todavía el aire, se nos informa que esas rocas ya eran cosas muy antiguas; son
hijas de épocas idas. Miramos estas antiguas rocas con respeto, pues se
encuentran entre las primicias de la naturaleza.
Descubrimos,
escondidos en sus entrañas, vestigios de mundos desconocidos sobre los cuales
los sabios sólo pueden suponer, pero que, sin embargo, no pueden conocer,
a menos que el propio Dios les enseñe lo que ha existido antes de ellos.
Ustedes contemplan la roca con reverencia, pues imaginan todas las historias que
podría contarles si tuviera voz; podría relatarles cómo a través de múltiples agentes ígneos y acuosos, ha
sido torturada hasta asumir su presente figura.
De la misma
manera nuestro Dios es preeminentemente antiguo. Su cabeza y Sus cabellos son
blancos como la lana, tan blancos como la nieve, pues Él es “el Anciano de
días,” y la Escritura siempre nos enseña a recordar que Él “no tiene principio
de días.” Mucho antes que la creación fuese engendrada, “Desde el siglo y hasta
el siglo,” Él era Dios.
“¡Mi roca!”
Qué historia podría contarles la roca acerca de las tormentas a las que ha
estado expuesta; de las tempestades que han asolado su base en el océano, y los
truenos que han turbado los cielos por encima de su cabeza; pero ella misma ha
permanecido incólume frente a las tempestades, e inconmovible ante los embates
de las tormentas. Así ocurre con nuestro Dios. ¡Cuán firme ha estado (cuán
inmutable ha sido), aunque las naciones le hayan injuriado, y “aunque los reyes
de la tierra consultaran unidos!” ¡Simplemente se queda quieto y pone en
desbandada a las filas enemigas, y no necesita extender Su mano! En Su grandeza
estática como una roca, Él ha combatido a las olas, y ha esparcido a los ejércitos
de Sus enemigos, batiéndolos en retirada en medio de la confusión. Miren otra
vez a la roca:
¡Vean cuán
firme y cuán inconmovible permanece! No resbala de un sitio a otro, sino que
permanece firme para siempre. Otras cosas han cambiado, las islas se han
hundido bajo el mar, y los continentes han sido sacudidos; pero vean, la roca
permanece tan firme como si fuese el propio cimiento de todo el mundo, y no
podrá ser conmovida mientras no naufrague la creación, o mientras no se desaten
las ligaduras de la naturaleza. Así es con Dios: ¡cuán fiel es Él a Sus promesas!
¡Cuán inalterable en Sus decretos! ¡Cuán firme! ¡Cuán inmutable!
La roca es
inalterable; ninguna de sus partes se ha desgastado. Aquel pico de granito ha
brillado bajo el sol, y ha llevado el blanco velo de la nieve invernal. Algunas
veces ha adorado a Dios con su cabeza descubierta, y otras veces las nubes le
proporcionaron alas discretas para que, como un querube, adorara a su Hacedor;
pero ella misma, sin embargo,
ha
permanecido inalterable. Las heladas invernales no han podido destruirla, y los
calores veraniegos no han logrado derretirla.
Lo mismo
sucede con Dios. He aquí, Él es mi roca. Él es el mismo, y Su reino no tendrá fin.
Él es inmutable en Su ser, firme en Su propia suficiencia. Él se mantiene a Sí
mismo inmutablemente el mismo, y “por esto, hijos de Jacob, no habéis sido
consumidos.” Los diez mil usos de la roca, además, están llenos de ideas en
cuanto al ser de Dios.