domingo, 10 de abril de 2016

CHARLES HADDON SPURGEON,Dios Solamente es la Salvación de Su Pueblo


Dios Solamente es la Salvación de Su Pueblo N#. 80
DOMINGO 18 DE MAYO, 1856, CHARLES HADDON SPURGEON,
NEW PARK STREET CHAPEL, SOUTHWARK, LONDRES.
“El solamente es mi roca y mi salvación.”
Salmo 62:2
Cuán noble título. Cuán sublime, sugestivo y subyugador. “MI ROCA.” Es un símil tan divino, que únicamente debería aplicarse a Dios. Miren aquellas rocas y consideren su antigüedad, pues desde sus más altos picos, miles de edades nos han espiado. Cuando esta gigantesca ciudad no había sido fundada todavía, esas rocas ya estaban grises por los años. Cuando nuestra humanidad no había respirado todavía el aire, se nos informa que esas rocas ya eran cosas muy antiguas; son hijas de épocas idas. Miramos estas antiguas rocas con respeto, pues se encuentran entre las primicias de la naturaleza.

Descubrimos, escondidos en sus entrañas, vestigios de mundos desconocidos sobre los cuales los sabios sólo pueden suponer, pero que, sin embargo, no pueden conocer, a menos que el propio Dios les enseñe lo que ha existido antes de ellos. Ustedes contemplan la roca con reverencia, pues imaginan todas las historias que podría contarles si tuviera voz; podría relatarles cómo a través  de múltiples agentes ígneos y acuosos, ha sido torturada hasta asumir su presente figura.

De la misma manera nuestro Dios es preeminentemente antiguo. Su cabeza y Sus cabellos son blancos como la lana, tan blancos como la nieve, pues Él es “el Anciano de días,” y la Escritura siempre nos enseña a recordar que Él “no tiene principio de días.” Mucho antes que la creación fuese engendrada, “Desde el siglo y hasta el siglo,” Él era Dios.

“¡Mi roca!” Qué historia podría contarles la roca acerca de las tormentas a las que ha estado expuesta; de las tempestades que han asolado su base en el océano, y los truenos que han turbado los cielos por encima de su cabeza; pero ella misma ha permanecido incólume frente a las tempestades, e inconmovible ante los embates de las tormentas. Así ocurre con nuestro Dios. ¡Cuán firme ha estado (cuán inmutable ha sido), aunque las naciones le hayan injuriado, y “aunque los reyes de la tierra consultaran unidos!” ¡Simplemente se queda quieto y pone en desbandada a las filas enemigas, y no necesita extender Su mano! En Su grandeza estática como una roca, Él ha combatido a las olas, y ha esparcido a los ejércitos de Sus enemigos, batiéndolos en retirada en medio de la confusión. Miren otra vez a la roca:

¡Vean cuán firme y cuán inconmovible permanece! No resbala de un sitio a otro, sino que permanece firme para siempre. Otras cosas han cambiado, las islas se han hundido bajo el mar, y los continentes han sido sacudidos; pero vean, la roca permanece tan firme como si fuese el propio cimiento de todo el mundo, y no podrá ser conmovida mientras no naufrague la creación, o mientras no se desaten las ligaduras de la naturaleza. Así es con Dios: ¡cuán fiel es Él a Sus promesas! ¡Cuán inalterable en Sus decretos! ¡Cuán firme! ¡Cuán inmutable!
La roca es inalterable; ninguna de sus partes se ha desgastado. Aquel pico de granito ha brillado bajo el sol, y ha llevado el blanco velo de la nieve invernal. Algunas veces ha adorado a Dios con su cabeza descubierta, y otras veces las nubes le proporcionaron alas discretas para que, como un querube, adorara a su Hacedor; pero ella misma, sin embargo,
ha permanecido inalterable. Las heladas invernales no han podido destruirla, y los calores veraniegos no han logrado derretirla.

Lo mismo sucede con Dios. He aquí, Él es mi roca. Él es el mismo, y Su reino no tendrá fin. Él es inmutable en Su ser, firme en Su propia suficiencia. Él se mantiene a Sí mismo inmutablemente el mismo, y “por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.” Los diez mil usos de la roca, además, están llenos de ideas en cuanto al ser de Dios.